El desarrollo de nuestra personalidad es producto de la maduración de nuestros componentes físicos y fisiológicos, la manifestación del temperamento, aprendizaje, costumbres, hábitos, cultura, experiencias, etc., y se expresa a través de nuestros pensamientos, sentimientos y comportamiento, por lo que es única.
El Dr. Eric Berne, creador del Análisis Transaccional, describió con un modelo sencillo de entender estos patrones característicos de la personalidad; dicho modelo está conformado por tres estados del yo, llamados Padre, Adulto y Niño. Precisamente este último es el que ha adquirido más notoriedad en el lenguaje común tanto porque los escritos sobre sus características han sido más difundidos, como por la necesidad que tenemos de reconocer a este aspecto de nuestra personalidad después de muchos años en que la “madurez” estuviera asociada al ideal al que todo adulto debía aspirar.
El estado del yo llamado Niño, no se refiere a la parte pueril o infantil en nosotros como se pudiera creer a primera vista, sino que es un conjunto de pensamientos, sentimientos y conductas producto de nuestra vivencia en los años de infancia y niñez. Las experiencias y aprendizajes conscientes o no de nuestros primeros años queda inserta en nosotros y nos acompaña toda la vida. La prueba de ello es que a veces, nos sentimos como aquella pequeña niña o niño que fuimos; alguien nos grita y nos hace sentir “pequeños” o “indefensos”; sucede un desastre natural y puede que busquemos refugio y extrañemos una mamá que nos acoja; o bien, salimos de fiesta y dejamos salir esa parte de nosotros que ríe, canta y baila sin preocuparse mucho por lo que dirán, es decir, como el niño que fuimos alguna vez.
Al estado del yo Niño, se le atribuye la capacidad para hacer contacto genuino con los demás, la capacidad de ser espontáneo, curioso. También está en contacto con las necesidades fisiológicas básicas y es afectuoso. Todo eso es la parte natural, al igual que puede ser impulsivo, egocéntrico y agresivo. Si observas, todos estos aspectos son parte de las capacidades de adaptación básicas con las que nacemos y se van moldeando conforme vamos creciendo a través de la educación y eso ¡está bien!, sin embargo, las condiciones durante el proceso de crianza, las dificultades de los entornos sociales y económicos, así como los propios problemas no resueltos en nuestros padres y las características de nuestra personalidad incipiente van delineando la forma en que nuestro Niño interno se va a adaptando a la realidad.
Algunos aprendemos a que ser curiosos es peligroso y lo evitamos; algunos aprenden que ser espontáneos puede ser castigados, o que ser cariñoso te puede poner en riesgo, así como que expresar una negativa con agresión no es correcto. Así que independientemente de que muchos de estos son aprendizajes necesarios para adaptarnos socialmente, el Niño en nosotros va encontrando formas diversas de expresarse mientras se desarrollan los otros aspectos de la personalidad (Padre y Adulto).
Mientras el proceso de desarrollo sucede, nuestro estado del yo Niño va tomando los mensajes de los padres y tutores como una especie de “instructivo” para la vida, o bien, de lo que “no se quiere” en la vida, así que se puede adaptar o rebelar, pero en casos extremos, se somete o bien, se niega a tener respeto por autoridad alguna, aún a pesar de que se ponga en riesgo. Además, puede encontrar consuelo sólo en la fantasía, y encontrar caminos no muy saludables para estar en contacto con la realidad. La forma en que se expresa este Niño en nosotros depende de muchos factores y podemos ser conscientes o no, pero reconocerlo es importante ya que es la parte más antigua de nuestra personalidad, con la que nacimos y se manifiesta cuando estamos en crisis, nos sentimos en riesgo o estamos compartiendo asuntos muy íntimos con alguien, sin barreras y de forma auténtica.
Nuestro Niño interior nos acompaña siempre, así que atender sus necesidades es importante, desde las fisiológicas, hasta la necesidad que tenemos de buscar motivación, apoyo, soporte, compañía y seguridad. Así mismo, necesitamos de esta parte en nosotros para divertirnos, si bien, los límites y ser conscientes de riesgos y responsabilidades es indispensables, poder sacar la parte espontánea en nosotros nos da la oportunidad de disfrutar intensamente, por ello la importancia de ser conscientes y mediar la expresión de nuestro Niño interno con la razón y el “deber”.
Para reconocer y cuidar a tu Niño interno:
1. Recupera tu capacidad para sorprenderte.
2. Sé curioso ¡pregunta!
3. Dale rienda suelta a tu creatividad.
4. Haz aquello que te gusta… ¿te dedicas a lo que deseabas cuando eras niño?
5. Reconoce tus sueños, rescátalos del olvido y retoma los que sea posible retomar.
6. Ház nuevos amigos… Eric Berne decía “entre más pronto hagas nuevos amigos, más pronto viejos amigos tendrás”.
7. Date premios (evita que sean comestibles), consciéntete como lo haría una buena madre.
8. Convive con niños. No importa tu edad, convivir y jugar con niños de distintas edades, te permite “regresar” por un instante a ser aquel niño que fuiste y divertirte al mismo tiempo que estás en contacto contigo mismo.
9. La música, naturaleza y el arte también te pueden ayudar a sentir y ver le mundo como lo hacías cuando eras pequeño y por lo tanto a contactar con tu Niño interior. ¿Te has dado cuenta cuánto disfrutan los niños a las mascotas, dibujar, cantar y hacer “música” con cualquier objeto?
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