Hace algunos meses, en la cúspide del dolor más grande que haya experimentado personalmente, recibí una de esas frases bien intencionadas que removió emociones que no había experimentado antes; “qué bueno que como tanatóloga no te dolerá tanto y lo superarás más pronto que el resto de nosotros”. Aún siento el eco de estas palabras taladrando en mi cabeza.
La muerte es una de esas experiencias con las que lidiamos los psicólogos, tanatólogos, médicos, terapéutas, enfermeros, etc., de manera profesional y vicaria, pero que no escapa a la experiencia de vida que se tiene o tendrá en algún momento de la propia vida, pues morir es la consecuencia natural de estar vivo.
Perder a un ser querido cercano, no solo trastoca lo que se piensa de uno mismo y del propósito de vida, sino que también se cimbra lo construido a lo largo de una experiencia acompañando procesos de duelo; pero ¿qué sucede cuando el experto en pérdidas no acepta sus pérdidas?, ¿qué sucede cuando el dolor replantea la propia forma de afrontar una ausencia?, ¿qué hacer cuando la medicina no reconforta al mismo médico que la recomienda?
La herramienta más poderosa que tenemos las personas para repararnos, reconstruirnos, reorganizarnos y consolarnos, es la cercanía emocional y física de otro ser humano. La confianza en el contacto, la privacidad que provee la intimidad y la certeza de ser escuchado es la medicina más eficaz aunque no necesariamente inmediata para ir suavizando los estragos de lo irremediable.
Si alguna vez, tienes a tu lado alguien que se relacione de alguna forma con el dolor de otros profesionalmente de forma directa o indirecta, puedo decirte que necesita el mismo abrazo reconfortante y el mismo oído interesado que cualquier otro humano atravesando por la experiencia de perder un ser amado. Si alguna ocasión, te sucede a ti, recuerda que la experiencia de duelo no obedece a vivencia estándar o generalizable. La vivencia del duelo por muerte es única, incomparable e inevitable en algún momento de la vida, así que apoyarte en un ser querido y empático, será siempre el mejor remedio.
Alva Ramírez
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